
¡Cuánto duele decir adiós!

Hoy, con un nudo en la garganta y el alma estremecida, nos despedimos de la infraestructura que durante más de cinco décadas albergó los sueños, las risas, los aprendizajes y las vivencias de miles de estudiantes huaracinos: nuestro querido Colegio Santa Rosa de Viterbo. Una institución educativa, guiada siempre por la luz y los valores de la congregación Franciscanas de la Inmaculada Concepción.
¡Cómo olvidar ese patio central donde formamos nuestras primeras amistades y donde nos formábamos, cada mañana, al son del himno nacional, del himno del colegio y el fervor de nuestros maestros, que iniciaban la jornada con una hermosa oración !
Aún resuenan en mi mente, los aplausos de las actuaciones, los gritos de aliento en los campeonatos deportivos, los ensayos eternos para los desfiles del mes de julio, por el Día de la Madre o por el aniversario del colegio… Y ni qué decir de los campos de basket y de voley, los jardines llenos de hermosas rosas, la gruta de la Virgen, silenciosa testigo de nuestras plegarias desde que fuimos niños de primaria.
Fui parte de la promoción 1991, aquella que llevó el nombre de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo y como yo, cientos, quizás miles de exalumnos sentimos hoy, que una parte de nuestra infancia y adolescencia es removida con cada ladrillo que cae. ¡No es solo un edificio lo que se está demoliendo, es una parte de nuestra historia, de nuestra identidad!
Recuerdo con profundo cariño a nuestras maestras y maestros, profesores valientes, dedicados, que fueron verdaderos artesanos del alma y del pensamiento. Ellos supieron convertir aquellas aulas –construidas tras el terremoto de 1970– en templos del saber, donde no solo aprendíamos matemática, lenguaje o historia, sino también valores, respeto, esfuerzo, fe y amor al prójimo. Gracias, maestros de ayer y de siempre, por entregarse con pasión, por corregirnos con paciencia y por enseñarnos con el corazón.
Hoy, mientras muchos exalumnos nos preparamos para una jornada simbólica de despedida, nos invade la nostalgia… ¿Cómo no llorar por lo que se va? Pero también nos envuelve un agradecimiento inmenso, porque ese colegio no solo nos dio instrucción, nos forjó como personas, y ese legado –así las paredes ya no estén– vivirá por siempre en nuestra memoria.
Querido colegio Santa Rosa de Viterbo, aunque te derriben y construyan en su lugar aulas más cómodas y servicios de mejor nivel, para las nuevas generaciones de viterbinos, jamás podrán borrar lo que significa para nosotros, esa infraestructura vetusta infraestructura que nos vio crecer.
Ahora toca despedirnos, pero sin entrar en contradicciones, no queremos decir adiós, sino gracias. Gracias por acogernos desde niños, por enseñarnos a soñar, por regalarnos tantos recuerdos imborrables.
¡Te queremos mucho, alma máter de nuestro corazón!
✍️ Por: Ivan Julca
Periodista / Escritor