
El gobernador regional de Áncash, Koki Noriega Brito, no logró concretar su salto a la política nacional. El plazo legal para renuncias de autoridades que buscan postular en las elecciones generales venció, y él se quedó.
Durante cuatro años, Noriega construyó el movimiento AGUA, con el que alcanzó la gobernación en primera vuelta, logrando más del 35% de votos. Sin embargo, una vez en el poder, su mirada comenzó a elevarse más allá de los límites regionales.
Reuniones en otras regiones, discursos sobre la descentralización y un entorno que le susurraba la posibilidad de una candidatura presidencial, marcaron su ruta. Pero el rumbo se desdibujó: en junio de 2024, renunció a su propio movimiento, para luego afiliarse —y también renunciar— al Partido Regionalista de Integración Nacional (PRI).
En enero de este año asumió la presidencia de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales (ANGR), un espacio clave para proyectar liderazgo y vínculos políticos a nivel nacional. Todo parecía encaminarse hacia una eventual postulación.
Sin embargo, los tiempos no le alcanzaron. Ni las alianzas, ni los partidos, ni las condiciones políticas. Al filo del plazo, el Gobierno Regional de Áncash emitió un comunicado reafirmando que Noriega “culminará su mandato”. El mensaje sonó más a cierre de ciclo que a convicción.
El reto ahora será otro: demostrar que el discurso descentralista que lo acompañó durante su gestión no fue solo una plataforma de campaña. Porque mientras Lima sigue concentrando el poder y los recursos, regiones como Áncash siguen esperando que la descentralización deje de ser
