

El Perú, siempre innovador en los absurdos políticos, acaba de romper un récord histórico: 52 partidos inscritos para las elecciones generales del 2026, mientras que 14 aún están en proceso de inscripción ante el Jurado Nacional de Elecciones. Sí, leyó bien: cincuenta y dos. Parece que nuestra democracia se mide por kilo, y mientras más partidos tengamos, más democrática nos sentimos. Sin embargo, solo 43 podrán participar en las Elecciones Generales del 2026, porque su inscripción oficial ante el JNE se hizo antes del 12 de abril de 2025.
La realidad, sin embargo, es otra. Esta proliferación no es sinónimo de pluralidad, sino de mediocridad organizada. Cada elección se convierte en el relanzamiento de viejas franquicias políticas con nuevos nombres y logotipos reciclados, acompañados de partidos “nuevos” que nacen no por convicción, sino porque ser dueño de una inscripción es hoy más rentable que abrir una bodega.
Nos venden la idea de representación, cuando en realidad lo que abunda es el oportunismo electoral: partidos sin bases, sin cuadros técnicos y sin propuestas, que funcionan como simples vehículos para ver si algún iluminado logra colarse en la repartija del poder.
Y claro, para que el circo esté completo, siempre se nos recordará que “la democracia se fortalece con más opciones”. Lo que no dicen es que esas opciones se parecen más a un menú de restaurante turístico en el centro de Lima: largo, colorido y lleno de promesas que, al final, saben todas igual.
Ante este espectáculo, la reforma electoral no es un lujo, es una urgencia vital. Menos partidos de papel, más requisitos reales. Democracia interna obligatoria, transparencia financiera y, por qué no, un pequeño examen de cultura general para los candidatos (aunque ahí sí podríamos quedarnos con poquísimos postulantes).
El Perú no necesita 52 partidos, necesita al menos uno que entienda que la política no es un negocio, ni una broma.